Manuel Álvarez de Sotomayor y Gil de Montes: Hombres y paisajes de Mallorca

PLAZA GOMILA, ESCAPARATE DEL MUNDO

No creáis que este lugar, universalmente famoso, es una enorme plaza monumental al estilo de la Concordia de París, San Pedro de Roma o la Grand Place de Bruselas, no, todo lo contrario. Gomila es una diminuta plaza provinciana, mas bien un ensanche en un cruce de calles, una pequeña terraza con bancos. Y sin embargo, la plaza Gomila tiene un no se qué, un encanto entrañable una atracción mágica que le hace ser el escaparate del mundo.

Uno, jovencito, recuerda y añora aquella plaza Gomila, en donde los chicos y chicas del barrio nos sentábamos en parecidos bancos de piedra, donde hoy asientan sus posaderas gentes de todos los países, de todas las razas y de todas las clases sociales. Entonces (allá por los años treinta o cuarenta) la Plaza era un remanso tranquilo con sus árboles pobretones, su suelo polvoriento y sus edificios cercando aquel rincón apacible; Gomila era el descanso, la estación intermedia entre nuestras casas y el Club de Natación; Gomila tenía un viejo café que costaba barato, una heladería cercana y sobre todo bancos gratis. Esto es importante cuando uno sale con amigas de la infancia entre las que encuentra dispensa de invitación para quedar bien.

Hoy hemos vuelto a la plaza Gomila. Está aun allí con su mismo aire pueblerino y pacífico a la luz del día. Los bancos están cubiertos por pasajeros que esperan los autobuses para regresar al centro de la ciudad. A esta hora temprana de la mañana, en que aún se ve el suelo y queda espacio para circular, en que los raquíticos árboles que no han podido crecer en tanto años parecen rejuvenecidos, más alegres y ciudadanos, la plaza Gomila ya no es lo que fue. Los que esperan los autobuses de las playas son jovencitas en shorts cortisimos o con minifaldas. supermini. Las caras estan refritas de sol, y aceites bronceadores; algunas tienen grandes ronchas de quemaduras y otras los muslos en carne viva. Para un nórdico es difícil entender la cantidad de ultravioletas que regalamos en los rayos solares y asan sin piedad sus epidermis sonrosadas y lechosas al llegar; adquieren el primer día de playa una coloración bermeja, al segundo se les levantan ampollas y al tercero tienen que ir al médico con quemaduras de segundo grado. Este muestrario recalentado, está aquí de pié, a pleno sol, en la acera opuesta a la plaza en espera larga, de minutos y minutos, acechantes del paso de un autobús que les lleve a las playas.

Es agradable mirar sentado en una mesa, a la sombra. ante una cerveza fresca a estos habitantes actuales de la Plaza Gomila. Han pasado bastantes años; ya no es necesario sentarse en un banco vacío por mor de las economías; podernos, desde esta acogedora sombra violácea, mirar a las jóvenes faldicortas, a los guayabos de shorts, recrearnos con la fuerte nostalgia de lo que fue; y pensar en lo que pudiera haber sido. Oh, si ahora fuésemos jóvenes! Mefistófeles ¿que te podría vender?

La antigua plaza de casas bajas y jardines, se va quedando cada vez más diminuta. Alguna casa ha desaparecido y en su lugar se alza uno de esos edificios impersonales que quieren ser la obra maestra de un arquitecto y se quedan en su birria maestra, fuera de ambiente y de lugar; casas que serán anticuadas dentro de diez años; casas sin gracia y sin alegría, sin jardín y sin niños.

Llega el autobús y solo una mínima parte de la cola puede subir; ya viene lleno desde su salida. Los que quedan en la cola protestan en todos los idiomas: inglés, francés, alemán, flamenco..... el autobusero responde haciéndose el sueco; destacan algunas voces en italiano. Oh, los latinos! Pero el conductor cada vez más escandinavo, cierra la portezuela y el autobús arranca entre nubes de humo negro, ruido de cascajo y chirriar de caja de cambios. Lo normal.

A mediodía la plaza empieza a poblarse de parejas; los camareros de los bares que tienen mesas al exterior han regado el piso y un tenue frescor se levanta del suelo mojado. Un leve vaho disipa pronto la humedad. Y las mesas , tostadas por el sol en el cenit, se pueblan de héroes y heroínas que a pesar de la temperatura, de la chicharrera, aún no parecen saturados de helioterapia y absorben todo lo que pueden y les echen. Son los heliofilos a ultranza.

Los bares han invadido la plaza. Gomila es una isla de sillas rodeada de bares por todas partes, también está una selecta sala de fiestas que atrae a una selecta clientela, pero a estas horas solo los carteles de sus "shows"tiene vida. En cambio los bares con todas sus sillas al exterior, algunas con toldos de colores, pululan de clientela en busca del tempranero aperitivo. Ya empieza el desfile universal. Las gentes que beben sol y carbónicas han llegado aquí desde los cuatro rincones del mundo. Los hay coloreados y los hay caucásicos, conviviendo sin la menor discriminación y sin que los camareros hagan distinciones a la hora de pasar la factura. Tanto nacionales como extranjeros son cobrados a precios de Mercado Común. Esta ONU de precios es un buen síntoma de que nos colocamos a nivel europeo.

Todo cuanto rodea a la plaza Gomila está hecho para el turismo: cafés, salas de fiestas, restaurantes, discotecas, tiendas de souvenirs, lavanderías y peluqueras de señoras. Porque una turista podrá ir más o menos desastrada, podrá llevar los pies descalzos (¡Tal como están los pisos! ) pero no dejará que sus pelos, cortos o largos, dejen de achicharrarse en ese horrendo casco de marciano de las peluquerías, durante un buen par de horas semanales. Y como son tantos miles de cabelleras turísticas, se multiplican y proliferan las peluquerías de señoras (coiffeur pour dames, ladies hairdresser....) tanto como las sombrillas en la plaza Gomila.

Los establecimientos atraen a la variada gente que necesitan de ellas. Los colmados y las tiendas solo expenden productos envasados en países extranjeros; las patatas y tomates españoles se arrugan y sonrojan; hay extrañas latas que uno no compren-den a que han venido a España cuando tenemos como veinte veces cosas mejores. Abundan también las "licorerías", muchos colmados solo son un pre-texto para despachar botellas de todas clases; los estantes están muy surtidos de vodka, ginebra, whisky, ron....licores fuertes, que tumban a un noruego con solo tres cuartos de litro. El vino español, tan exquisito, tan delicado, de tanto paladar y que hay que saborear trago a trago, con parsimonia, con rito, no se ve casi en los escaparates. No está de moda, no tiene bastantes calorías. Usted vea a un jerezano bebiendo, pongo por ejemplo, con pausa, y entonces se dará cuenta porqué el vino español tiene tan poco éxito entre los turistas en busca de sol y alcohol. El vino español solo es comprendido por los andaluces y por los ingleses, vea usted que cosa! . Son los únicos que saben darle su tiempo justo y la prosopopeya necesaria.

A la una el panorama de la plaza Gomila cambia. Regresa mucha gente de la playas. Ya saben ustedes que los españoles que andamos muy retrasa-dos en muchas cosas, en lo que vamos más es en las horas de comer. Nadie, ni los mismos españoles (excepto los madrileños) comprenden nuestro horario de comidas. Pero los extranjeros, como son tan tozudos, no han querido seguirnos y erre que erre continúan con sus horarios. Los habitantes de este barrio del terreno y los turistas no han alterado esta norma. Y así, a la una los restaurantes circunvecinos, los cellers y cafeterías empiezan a poblarse de personas que reponen las fuerzas perdidas en las playas y piscinas. También aparecen los huéspedes de los bloques de apartamentos que miran al mar y que comen por estos lugares. Han de hacerlo fuera de casa, pues si intentaran guisar en sus diminutas cocinas incendiarían al bloque entero o al menos lo ahumarían considerablemente. ¿Se imaginan corno humearían estas colmenas con cientos de celdillas si cada abeja se pusiese a hacerse su comida? .Las cocinas no tienen casi ninguna respiración y columnas y columnas de humo saldrían por las tenazas floridas, como fumarolas en el Vesubio y estos bloques que pueblan el barrio entero harían el efecto del Valle de los Géiseres.

Antes, algunas heroínas y heroinos han salido con sus capachos y se han ido a mercados y tiendas a por productos alimenticios. Por la plaza Gomila se ven muchos respetables señores de calzón corto con sus cestas de viandas y alimentos a los que invariablemente acompaña alguna botella, excepcionalmente de leche. Estos señores de calzón corto reaparecen una hora más tarde acompañados de un perro que se dedica a regar los raquíticos árboles de la plaza apoyando una patita en el tronco elegido para que no se caiga; los abonan concienzudamente y luego se distraen chicoleando con alguna perra calle-jera con menos vergüenza que las caseras. Cuando el perro, se ha expansionado a placer, su dueño va a reunirse en la mesa del café con una señora rubia, siempre con el cigarrillo en la boca, que mira displicente.. El señor de calzón corto sonríe, la llama darling y sin el menor interés el uno por el otro, excepto el mimoso y común cuidado de ambos por el can, que con la lengua fuera observa los chicoleos de la perra vagabunda.

Cae la tarde; una tarde violácea, malva , que a veces tiene tirites sangrientos a Poniente, sobre la alta torre de homenaje del Castillo de Bellver que asoma curiosa por encima de las tejas. Los pájaros que también habitan en la plaza Gomila se recogen a sus hogares de los pinos intentando lo que intentamos todos en el verano: dormir a pesar de los claxons de los automóviles, de los altavoces de los establecimientos, de los gritos de la gente, de los pitidos de los guardias....Me parece que no consiguen su deseo, pues su vuelo por la mañana es tan incierto como el de los murciélagos al atardecer, pero ellos, año tras año, han establecido sus apartamentos en estos árboles y ni siquiera el turismo ha conseguido desanimarlos. Quizás son los únicos mallorquines, a los que les ocurre esto de permanecer tenaces en Gomila. Claro que no sin su protesta y malos modos. Sus chillidos y piidos, sus bombardeos desde la copa de los árboles sobre las mesas son el recurso del pataleo ante la invasión extraña. Otra cosa sería imposible.

Llega la noche. La noche es la característica de la plaza Gomila, lo que le da vida, lo que la hace célebre. Gomila se llena de rótulos de neón, de parejas, de minifaldas, de automóviles...Los automóviles no caben, las minifaldas no se ven, los rótulos son lo más visible.

Y una fauna variopinta, exótica, divertida y escandalosa llena a rebosar las mesas, las calzadas, las aceras y las copas de los árboles.

Y la algarabía crece. Llegan uno tras otro automóviles, motocicletas autocares y furgonetas pretendiendo encontrar aparcamiento por los alrededores; unos descargan sus paquetes humanos en la acera. otros dan vueltas oteando un hueco; otros con su relleno de castigadores indígenas o peninsulares sisean a todas las minifalderas que se les cruzan. Llega un autocar de turistas que suelta medio centenar de refritos en la orilla; al frente un guía los dirige por el proceloso mar de mesas y sillas, camino de una sala de fiestas incluida en el tour, "Palma by night". Tres marineros yankis pasan dando bandazos y discretamente, inmediatamente. el "jeep" de los "M.P." con sus gorilas, porras al cinto.

Todo gira y gira....Bulle, palpita, exulta. Y así, polvo, sudor y sexo, Gomila vive su verano.

Hombres y paisajes de Mallorca Álvarez de Sotomayor y Gil de Montes, Manuel. - Palma de Mallorca (1972)