El Museo Balear de Historia y Literatura, Ciencias y Artes, fue una publicación quincenal editada por primera vez en Palma el año 1875 como continuación de la revista Ciencias y Artes Revista Balear de Literatura. Estuvo dirigida por Josep Lluís Pons i Gallarza y era el secretario de redacción Mateu Obrador i Bennàssar. Estuvo redactada mayoritariamente en castellano pero tuvo frecuentes colaboraciones en catalán. Se mantuvo alejada de temas políticos y religiosos de manera intencionada. Se dejó de publicar en 1877 para dar paso a la revista Biblioteca Balear pero en el año 1884, y hasta el año 1888, volvió a aparecer. Entre sus cloaboradores destacaron Taronjí, Miquel dels Sants Oliver, Costa i Llobera, Jerónimo Rosselló, Joan Alcover y, especialmente, Josep M. Quadrado.
En el número 12 de la segunda época, del 15 de octubre de 1884, inserta en la descripción que, en la primera entrega de su relato, hace Antonio Frates i Sureda de la bahía de Palma:
Sobre la colina de poniente, por encima de las copas del pinar que la esmalta, y sobre el fondo de una cordillera sin vegetación, se iluminaban el cubo y las torres del castillo de Bellver, como recuerdo de otra edad; en la falda, saliendo de entre los pinos y los escollos, suspendido sobre el mar, el caserío del Terreno, fresca impresión de juventud, abría sus persianas al ambiente matinal.
En el número 14 de la segunda época, del 15 de noviembre de 1884, continua el relato y ahora podemos leer la descripción que Antonio Frates hace de El Terreno:
Tendido en la falda de Bellver, desde los pinos de la colina hasta las rocas del mar, cortado por una carretera, á la que afluyen calles cruzadas por otras, en ángulos rectos, la población llamada El Terreno, con sus jardines, delante ó detrás de los edificios; con sus casas en forma de castillos más ó ménos feudales, de piedra no ennegrecida por el tiempo; con sus chalets suizos, de semejanza dudosa; con las construcciones vulgares revocadas; con sus torres, alguna, si no Bizantina, de Bizancio; hasta con edificios de reminiscencias chinas; con sus verjas, columnas, grandes galenas, puertas á que se sube por escalinatas exteriores, de dos ramales; fachadas blancas, de piedra, coloradas, amarillas, color de plomo, forma la unidad del desorden, cuyo conjunto no es la ridiculéz de la arquitectura, sinó la expresión libérrima de un arte sin más regla que la alegría loca de un día de campo. Esta población se extiende, con vacíos muy cortos, hasta Porto-Pí.
Entre el ambiente resinoso del pinar y las emanaciones marinas, sonríen los edificios, y, en sus terrados, ó delante de las puertas, ríen con estrépito, después del baño, alrededor de la merienda, grupos bulliciosos de muchachas y de madres, limpias de pinturas y blanqueos las caras de aquellas, y de mal humor las de las otras, transformadas en expresión de indulgencia, miéntras los cocheros, en sus pescantes, con una gravedad tan de piedra como la del castillo de Bellver, que preside esos festines, esperan, al polvo, el fin del crepúsculo.(...)
El Terreno tiene por campo el mar (...)
Los ruidos del Terreno son el rodar de los carruajes y la rompiente (...)
Si pasáis por delante de una casa, en el Terreno, sobre una mesa redonda, con tapete de crochet, veréis en el interior jarrones de porcelana, llenos de flores, periódicos revueltos, un anteojo de larga vista, y, en las paredes, grabados de la guerra de Crimea, cromos de frutas y escenas de la caza del León y del Tigre. (...)