EL COSO BLANCO


La imatge no és d'El Terreno, però pensam que pot ilustrar molt bé l'estampa d'en Fàbregues reproduïda al text

Por mucho que os esté ponderando las virtudes de Sa Placeta, podré inculcaros cual fue aquel remanso de paz y bienestar que allá se gozaba. Era algo así como el Recibidor de todas las casas esparcidas por la falda bellverina. Rezumaba a santuario. Allá lo mismo se recibía a las amistades, como se las iba a despedir. Gentes de Santa Rita, del Polvorín, de Sa Portassa, y las de S'Aigo Dolça, allá convergían y si alguna de ellas no apareciera a la hora de costumbre, les preocupaba la ausencia, interesándose a su vez, por si había ocurrido algo.

De la época de la que os hablo, entonces no se había descubierto la pavimentación asfáltica. La Carretera, su pavimentación era de terrisco.

Si aquel verano que se avecinaba, era en tiempo en que habían de celebrarse elecciones sin necesidad de propaganda porque entonces no se estilaba, solían ver, de la noche a la mañana ciertos montones de esquerda que los iban apilando cerca de la cuneta. Al otro día llegaba una brigadilla. Eran los picadors d'esquerda. Traían consigo un martillo y una especie de mitones de plomo. También unas gafas protectoras (de las cuales, yo creo que los fabricantes de monturas modernas, deben haber copiado para uso de las féminas "uni-sexo"). Luego traían unas carretadas de balastro. Y sobre todo mucha tierra. Cuando todo estaba dispuesto y el cascajo debidamente triturado se comenzaba la operación, con mayor brigada de "expertos". Llegaba la apisonadora a vapor, también las botas municipales que por medio de un tubo con muchas agujeritos hacía las veces de regadera, vertiendo agua de mar. Se apisonaba repetidamente, tanto que es trispol quedava una monada. La elección y su reenganche consistía en tener la seguridad de que el maquinista de la apisonadora hubiera tenido la delicadeza de echar carbón a la caldera fuera del alcance del votante, pues si la humareda manchaba la colada de la señora pues, se quedaba sin sufragio universal. Entre que el sol lo desmenuza todo, a pleno estío asomaba sobre el pavimento Un polvillo tan blanco como la nieve y más fino que la harina de patata. La gente no se percataba de este polvo, pues se quedaba incrustado en la piel y por mucho que una tratara de lavarse, quizá por la sal, se adhería más hasta cubrir los poros. Las casas, las plantas y las verjas, resultaban una sinfonía en blanco. Si se hubiera podido trasladar El Terreno a las ferias y fiestas palmesanas no cabe duda que nuestro riente caserío hubiera ganado el primer premio. Nuestras damiselas solían emplear polvos de arroz, pero las chicas de El Terreno no tuvieron necesidad de hacer tal compra. Sé de una cierta madona que era un poc mostaxuda y aquel polvo bendito se lo hizo desaparecer sin tener que arrancárselo ni emplear depilatorios de carburo. También se conocía a los palmesanos y palmesanas, por tener la tez más morenita,

Font:
"Estampas de El Terreno", Luis Fàbregas
Imatge: Grupo de hombres junto a una maquina apisonadora haciendo las carreteras. Archivo de la imagen de Castilla la Mancha