Yo creo que los sexagenarios de hogaño tenemos una deuda contraída con los sexagenarios de antaño. Debíamos de haber levantado un templete ensalzando la figura del Donante de aquella trinxa convertida en plazoleta y "hall"
La plazuela nos dió vida. Nos ejercitamos en muchas cosas. Juegos propios de la edad burral. Supimos también, algo de aquel famoso refrán castellano: 'Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija". Se lo debimos experimentalmente, al buen señor don Agustín Barceló, contable entonces de la "Alfombrera". Propietario de la casa y huerto, conocido por Ca'n Xapeta. Quedó cuarteado y con la porción de tierra, incluída una muy frondosa higuera de las de “coll de dama" injertada en las dos variedades, blanca y negra, cuyos frutos a cual más sabroso, fueron délico manjar de todos los niños terranés.
Se acabó el usufructo de la higuera en cuanto, l'Amo En Miguel Vallespir, adquirió la parcela para montar su "Café Bellver".
El señor Barceló, tenía dos hijos y una hija. Los chicos no pudiendo correr por los caminales, por no estropear las hileras de alcachoferas negras, que por ser de especie mallorquina, eran mucho más sabrosas que las "forasteras" traídas de Valencia, Cataluña y el Bajo Aragón. A toda la grey infantil, le ocurría lo mismo. Sólo cambiaba "el vegetal". Por no pisar geráneos, dalias, rosales, tubérculos, nos mandaban a jugar a Sa Placeta. También nos forjamos a fuerza de no poco sermoneo, a ser puntuales. Sobre todo por la tarde. Pues durante el verano debíamos estar en casa, a las ocho y media en punto. Creo que nosotros fuimos los inventores del cuarto de hora de cortesía. Pues, en cuanto oíamos dar la media campanada d'en Figuera, a todo correr se dispersaba el grupo. Minutos después podían percibirse las campanillas de las respectivas verjas. Lo que no se oía era el sermoneo de los progenitores. Algunas veces también había julepe. Este de mayor enjundia. Y no, por nuestra culpa, sino por los dichosos artísticos barrotes de hierro de la cerca del huerto. Contenían unos hierros en forma de anzuelos de "robadora". Descansaba todo el armatoste sobre un pretil de marés. Jugando a rnosquít aún y poniendo los cinco sentidos al saltar alguna que otra vez, el "bavero" o "cubrepolvo" se enredaba. A veces más que un siete, nos resultaba un siete mil setecientos setenta y siete, equivalente a tener que ponernos otro. A. nosotros nos daba pena de ver cuan truhanes eran por Ca'n Ribes, al asegurar que aquella llista era més forta qu'es ferro!
Font:
"Estampas de El Terreno", Luis Fàbregas
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