Es natural, lógico y de toda ética que los pueblos que reciben la caricia del mar y el beso constante de sus olas, contengan su propio Balnerario, para que los "Tritones" de secano, puedan remojar sus cueros: Las "ondinas" también de secano tomar sus baños de "Sirena" deslizándose entre el cordaje, sorteando las cabritillas de la mar, movidas por la brisa empañada de yodo y salitre.
El riente caserío, sus hombres y mujeres, contuvimos, toda una institución. La institución del remojo afiligranado. La ciencia de la natación, propia de aquellas islas que tenían la virtud de estar totalmente rodeadas de agua salada, para de esta forma dar mayor solera y prestigio al nauta y lobo de mar. Y aunque os parezca una "perogrullada" nuestro mar, el de la costera más hermosa de todas las costeras mediterráneas, este mar que antes era una bendición de la Madre Naturaleza y los antiguos pobladores de Bocchoris, Capocorp, aquellos pobladores de la vieja Cumbla ya sentían el hechizo de su profundo añil, admiración que fue de los fenicios, púnicos y celtas (pero de los de verdad no sea que los confundáis con la infecta droga que la Tabacalera, contamina los pulmones a fuer de fumar una "labor" que huele y sabe a hoja pura de patatera adietada de "nitro)" Así, los descendientes directos de la Tribu de la Encina, siendo amadores de nuestra tierra, al unísono fuimos también, catadores de la mar, aquella denominada Mare Nostrum, que dicho en latín la destacaba de los pueblos bárbaros y morenos. Los hubo morenos muy barbarotes, como aquel rifeño que se ensañó con Mestre Pep Roig, dejándole el náufrago del velero. La Trinidad que comandó el catalinero Don Pep Sintes, que pudo salvarse de la mala embestida que dióle el moro, al que bien podemos decirlo todas las generaciones, paridas hasta la segunda decena del siglo XX, aprendimos de nadar, gracias al mecenazgo de Mestre Pep. En las páginas 146 y sucesivas del primer tomo de la obra "Ca Nostra" (50 años de vida palmesana) se describe un relato muy completo de la vivencia de la Familia Roig. Institución familiar de cuantiosos kilates de oro puro. Lo mismo su mujer, Madó Poloni, merecedora de ser calificada algo así como Sa Dida de toda la chiquillería terrena, precisamente por el cariño que le tuvo a los niños. Nunca, ninguna señora madre, se negó a que su prole, fuérase por sí sola a los Baños de Bellver. Los tenía más seguros que en su propia lar. Junto al matrimonio sus hijos, ambos gigantones, cargados de bonhomonía. Mestre Pep y Mestre Bartomeu. Lo mismo ambas esposas de éstos. Y no puedo dejar de consignar al forzudo, simpático y muy servicial muchacho, catalinero de pura cepa llamado En Salvadó, que, fue a la vez el Dragón mitológico con más ojos que cabezas, fiel guardador de nines i damissel·les.
Dejaré constancia de aquellos nuestros baños de Bellver, en otra Estampa. Siento y se conlamentan también mis contemporáneos, amantes que fuimos de la fotografía, no haber tenido la ocurrencia de retratar en grupo, la magnífica familia representativa de la muy noble menestralía, de la que, en aquel entonces parte integrante de un modo de ser y de vivir, enteramente distinto de los frutos que nos dan las simientes contaminadas por la guerra que padecimos. Debo decir también haciendo honor al modo de ser de nuestro ayer, que pese a haber buenos fotógrafos amateurs, especialmente sa gent vella, no anava de punyetes amb) aixó de's retratar.
Font (Text i imatge):
Estampas de El Terreno