La visita de Rubén Darío

Casa que el poeta Rubén Darío va ocupar en la seva primera estada a Mallorca l'hivern del 1906-07
Font: Google Maps


Escultura a Rubén Darío al Passeig Marítim de Palma de Mallorca.
Font:Wikimedia Commons


"¡Ni una placa han puesto!", se lamentan, no los nostálgicos, sino aquellos que saben que el patrimonio de una ciudad es muy frágil. Cualquiera puede demolerlo. Basta la indiferencia y, sobre todo, la ignorancia.
En Dos de Mayo la placidez del entorno y el encuentro con amigos no le liberaron de sus demonios. No hay paraíso que pueda si uno lleva el averno tan dentro. Alomar se asustó tanto al ver al poeta en pleno delírium tremens que estuvo tentado de dar noticia al gobierno de Nicaragua.
Ciento tres años después de que Darío se instalara en Palma, El Terreno asiste a otra mutilación en una de sus casitas que, por no tener, no ha tenido ni un mal rótulo que avisara al viajero de culto que ahí, ahí mismo, vivió y padeció y escribió buena parte de su mejor obra el llamado príncipe de las letras.
Font: Text de Lourdes Duran i fotografia de Bartomeu Ramon en Diario de Mallorca

A París, ben al contrari, la casa on Darío va viure a la rue Herschel sí que ostenta orgullosa la placa que ho recorda.
Font:Wikimedia Commons

Notícia del banquet celebrat en honor del poeta
Font: Biblioteca virtual de prensa histórica

De les dues visites que el turmentat poeta Rubén Darío va realitzar a l'illa, la primera d'elles va tenir El Terreno com a escenari de la inspiració del personatge. Al mes de novembre de 1906 (encara els biògrafs no han donat amb la data exacta d'aquesta primera visita) va arribar a l'illa acompanyat de Francisca Sánchez del Pozo, la jove que era la seva companya des de 1899, una germana d'aquesta, Maria i una serventa anomenada Genoveva. Van llogar una casa al carrer del Dos de Maig, numerada llavors amb el sis i actualment amb el número 8.

Bartomeu Bestard, cronista oficial de Palma, escrivia en el Diario de Mallorca, el 8 de setembre de 2013:

En este otoño que ya se cierne sobre el mes de septiembre se cumplirán cien años de la última visita que hizo a Mallorca el poeta Rubén Darío, y digo última visita porque el ´Príncipe del Modernismo´ visitó la isla en dos ocasiones.
Félix Rubén García y Sarmiento, Rubén Darío, nació en el departamento de Segovia (Nicaragua) el 18 de enero de 1867. De joven entró a trabajar como empleado en la Biblioteca Nacional de Nicaragua. Empezó a colaborar en algunos periódicos y revistas literarias de su país, como El Imparcial o El Diario Nicaragüense y posteriormente colaboró en publicaciones extranjeras, como es el caso del Mundial, de París. En 1898 vino a España como corresponsal del diario La Nación para cubrir la intervención norteamericana en Cuba. En esa época también residió en París. Ya en 1903 fue nombrado cónsul de Nicaragua en la capital francesa. París, Barcelona o Madrid fueron las ciudades habituales en las que vivió. Fue en esta última donde conoció al mallorquín Gabriel Alomar y Villalonga, el cual „según insinuó Carlos Meneses„ debió invitarlo a pasar unos meses a Mallorca.
Rubén Darío llegó a la isla durante el mes de noviembre de 1906 junto a su amiga Francisca Sánchez y una hermana de ésta. Se instalaron en la calle Dos de Mayo de El Terreno, que por aquel entonces era una de las zonas más privilegiadas de la bahía de Palma. En un periódico de Madrid se describía el ambiente en que vivía el poeta: "... ha buscado refugio en una de las costas más hermosas del mundo, en la magnífica bahía palmesana, desde su casita de El Terreno..." El cronista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, amigo de Rubén, al visitarlo en su casa de Dos de Mayo, la describió como "una pequeña casita con vista a la bahía y jardín frondoso". De aquellas primeras estampas que contempló desde su residencia palmesana, Rubén Darío dejará escrito: "Veo el vuelo gracioso de las velas de lona/ y los barcos que vienen de Argel y Barcelona [...] tengo arbolitos verdes llenos de mandarinas/ tengo varios conejos y unas cuantas gallinas".

En la residencia terrenera se congregó lo más granado de los poetas, escritores y pintores que habitaban en Palma por aquel entonces. Además de su amigo Gabriel Alomar, sabemos que frecuentaron las tertulias los hermanos Blanes Viale –oriundos de Uruguay„; Juan Sureda Bimet „con quien acabaría entablando una gran amistad„; Santiago Rusiñol; Gaspar Terrassa; Mario Verdaguer; Ernesto María Dethorey; el dr. Arís; y los poetas Estelrich y Joan Alcover.
De todas formas, no todo fue hacer vida social. De hecho, Rubén Darío había llegado a la isla con la intención de descansar y encontrar la paz necesaria para escribir. Los poemas recogidos en ´El canto errante´ „publicados en la revista Blanco y Negro de Madrid, en 1907„ son algunos de los que escribió durante su primera visita a Mallorca. Juan Sureda recordaba el atardecer que inspiró al nicaragüense escribir ´Revelación´: "Quiso la suerte que llegáramos en tarde roja, con mar enfurecido, lleno de sal el viento y tronante el caracol..."
Tal como apuntó en su día Carlos Meneses, en esa primera visita "Darío parece dejarse inundar por el paisaje mallorquín, sentirse reconfortado con el ambiente apacible y olvidar todo lo que ha dejado pendiente en París".
En aquellos momentos los versos que escribió hablaban de sosiego y armonía. Hablaban de Palma ("Quietud, quietud... ya la ciudad de oro/ha entrado en el misterio de la tarde..."); de sus monumentos ("La catedral es un gran relicario..."); y en definitiva de esa atmósfera tornasolada que aparece en los atardeceres palmesanos cuando uno se queda mirando al mar y que a Rubén Darío le evocaban imágenes de la Antigüedad ("yo soñé que era un hondero mallorquín"). En esa primera visita el escritor nicaragüense empezó a escribir su obra en prosa La isla de oro, la cual nunca llegaría a terminar.
Unos días antes de finalizar su estancia en la isla „se fue enmarzo de 1907„ se organizó una comida homenaje en el Círculo Conservador „a la sazón sede del partido conservador„. Joan Alcover y Gabriel Alomar fueron los encargados de recitar composiciones poéticas en honor de Rubén Darío. El poeta zarpó de la isla agradecido, pues en ella había encontrado la paz y la serenidad que había ansiado en París. "Cuando en mis errantes pasos peregrinos la isla Dorada me ha dado un rincón, de soñar mis sueños, encontré los pinos, los pinos amados de mi corazón..."
A pesar de tener ganas de volver pronto a Mallorca, Rubén Darió tardó varios años en conseguirlo. El mes de agosto de 1913 Juan Sureda recibía contestación a sus reiteradas invitaciones. El ´Príncipe de los poetas hispanoamericanos´ le envió una misiva en la que le anunciaba su pronta llegada a la isla con la intención de pasar una temporada en casa de los Sureda, en Valldemossa. Llegó a mediados de septiembre, aunque esta segunda visita fue muy diferente. Si en la primera visita arribó un poeta en paz consigo mismo, ahora llegaba un hombre atormentado por la idea de la muerte y sumergido en una crisis existencial y de fe, cuyo único refugio fue el alcohol. Se conoce con detalle su estancia en Valldemossa. Pero esa ya es otra historia.

Font: Bartomeu Bestard
Diario de Mallorca

El seu amic, també terrenero, Gabriel Alomar a qui coneixia des d'una trobada a Madrid i que potser fos qui d'alguna manera li animàs a visitar-nos, relatava uns mesos després els records d'aquesta primera etapa mallorquina en la vida del poeta nicaragüenc:.

Compañeros: estos días, para celebrar el aniversario de mi amistad con un gran poeta, he abierto de nuevo su último libro. Hablo de El Canto Errante de Rubén Dario.
Era una casita deliciosa, apoyada en la colina de Bellver, cerca de Palma. El mar, la imponderable bahía, la ciudad en donde la Catedral era un gran relicario, las montañas azul y oro, con luz que solo ellas tienen, con luz que diríais surgida de sus flancos, se desplegaban ante mí. Yo imaginaba entonces un escenario adecuado para mi cuento La Torre d'ivori que yo habría querido verlo, con toda fuerza de creación trágica, convertido en realidad; y desde aquella altura, asiento de un verdadero eburno, yo transfiguraba la visión de mi Palma soñolienta y hacía de ella una Ciudad de fiebre y trabajo, llena de escondidos dolores que importaba redimir, preñada de problemas que pedían la ayuda excelsa de los superiores. Veía brazos alargarse hasta mí desde aquella visión crepuscular mallorquina, en donde había sólo un maridaje magnífico de cielo y tierra en epitalamio de luz mutual; sentía clamores de auxilio elevados al deseo de un Mesías, en donde solo resonaban rumores de aire por entre las arboledas, ó gritos de alegrías de niños en los senderos del bosque, ó campaneo de pacíficos pastores; aspiraba alientos de rebaño humano, en donde solo llegaban perfumes de jardines domésticos ó aroma de pinos en el delicioso pinar de la ladera.
Y el Poeta salía á la azotea, con los ojos turbios por el cansancio de una vida en la que el afán de la sensación había sido un suicidio interno; salía el Poeta, y, ante la magestad del lugar y de la altísima hora, él y yo hablábamos, hablábamos interminablemente... Y había para mí un gusto extraño en sentir nuestras dos almas mezclarse en la intimidad de aquel academos, porque yo sentía que nuestra conversación no podía acabar jamás; yo bebía en la diversidad misma de nuestros séres un atractivo más de diálogo; sentía que dentro de nosotros tomaba cuerpo la representación de dos mundos opuestos, las dos corrientes tradicionales del arte y la poesía, aquellas dos musas del protagonista que yo daba á mi Torre d'ivori, enamorada la primera de la obra pura y virgen en la reclusión de la sala con una ausencia despreciativa del cenáculo comunal de todos los hombres, con la indiferencia de un dios, y ferviente la otra de acción y de revuelta para obrar y crear, como la más alta y fuerte de las poesías, la suprema redención y la suprema elevación ó aristocratización de todos los humanos.
Mi grande y exquisito Ruben Dario ¡cómo abría los ojos, con un gesto de espanto, cuando yo le hablaba de la poesía no revelada aún, de la poesía oculta en la obra predestinada de aquellas multitudes, que cincelarían en la tierra la nueva estatua, la nueva Atenea, el nuevo Paladino, amasando el mundo como un barro genesiaco!
Yo no os hablaré como crítico de mi glorioso amigo. Por lo demás, los que conoceis el maravilloso prólogo de José Enrique Rodó, umbral de las Prosas Profanas, sabeis hasta que punto es difícil hablar ya con verdadera y original elocuencia; sabeis con qué justicia de semejanza viene á la memoria la luminosidad del prólogo de Gautier á Beaudelaire.
Hoy, paseando por los alrededores de aquella casa en que él vivió,
con el monte detrás y con el mar delante,
mi memoria está llena de él. La cadencia de sus estrofas, el perfil de sus imágenes, el vuelo de sus pensamientos, dan vueltas en torno de mi cabeza como las abejas en torno del panal. Como canciones familiares de esas que toma uno por la mañana, que ya no le dejan en todo el día y que uno aun canturrea en la noche durmiéndose sobre la almohada de las consultas consigo mismo, yo voy rumiando hoy la droláticamente perversa rima:
La divina estaba desnudad,
mirra y nardo dieron su olor;
mi alma estaba extasiada y muda,
y en el sexo ardía una flor...
La noche va llegando. Y allá lejos, en la oscuridad incipiente, el abrazo de Ciudad y Primavera se desvanece ante mis ojos. Y tened; pidiéndoos perdón, voy ahora á deciros un fragmento de la inspiración que aquellos atardeceres y la compañía de aquel hombre me trajeron. Decía... decía...
El aire se cernía con róseas trasparencias;
del pinar emanaban perfumadas esencias;
en el vibrante fondo, de azul diafanidad,
luminosa tendía sus alas la ciudad,
y dispersas vagaban en el azur inmenso,
imperceptibles nubes de un amoroso incienso.
Teñíase el levante, con gradación sutil,
de una ascendente gama desde el verde al añil,
del ferviente violeta hasta el pálido lirio;
y en la mística altura inflamábase Sirio
como antorcha tendida sobre abismos sin fin...
¡Oh crepúsculo amado de un día mallorquín!
Dormían en la noche las orantes montañas
mostrando entre sus flancos igniciones extrañas,
y lacia desceñía su cintura Orión
en el signo hierático de su constelación.
En el puerto, solemnes, destacaban las naves,
que en el mar reflejando sus siluetas suaves
palpitaban insomnes en la gran quietud,
y sus proas tendían hacia la infinitud
como si presintiesen ya de las travesías
futuras las estrenuas y rudas gallardías...
Y entonces, oh, sí, entonces, vi en tus ojos brillar
las futuras estrofas de tu eterno cantar,
las futuras etapas de tu canción errante,
Odiseo montado sobre el fiel Rocinante,
Homérida que entona su guerrero peán
desde el alma Lutecia al monstruo Manatán
y va siguiendo, extático, la regia caravana
de un miraje de ensueño tras la visión lejana,
donde muestra el Anuncio su aurifico esplendor
y se enciende,in excelsis, la estrella de Melchor...
Gabriel ALOMAR

Font: La tarde : diario independiente, de noticias y avisos: Año VI Número 1660 - 1908 abril 18
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